martes, 14 de octubre de 2014

Lo que retorna como exceso en los consumos problemáticos

Daniel Kobylaner
En El malestar en la cultura Freud propone 3 vías de apaciguamiento para la infelicidad propia de los seres humanos en sociedad. Dice
“El método más tosco, pero también el más eficaz, para obtener ese influjo es el químico, la intoxicación “(...)”Lo que se consigue mediante las sustancias embriagadoras en la lucha por la felicidad y por el alejamiento de la miseria”(...)”No solo se les debe la ganancia inmediata de placer sino una cuota de independencia, ardientemente anhelada, respecto del mundo exterior. Bien se sabe que con ayuda de los quitapenas es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación” (el subrayado es del autor).
Es sabido que en los últimos tiempos se ha multiplicado la cantidad de personas que utilizan diferentes sustancias psicoactivas: alcoholes, cocaína, marihuana, “paco”, pegamentos, medicamentos psicotrópicos, drogas de diseño, llamadas así por su síntesis en laboratorio, y cualquier objeto sea catalogado por el discurso social y o legal como “sustancia peligrosa” o no que pueda elevarse a la condición de “tóxico” como consecuencia de un consumo problemático. Nuestra clínica así lo demuestra una y otra vez. Esta situación puede leerse como efecto del empuje social al consumo de todo tipo de objetos, a la oferta masiva de sustancias y en otro sentido, a la búsqueda rápida de resolución de conflictos cuando no a la evasión o desconocimiento de los mismos.
La exacerbación del empuje al consumo, la promoción mediática de pertenencia reforzadora del lugar del consumidor efectúan fenómenos clínicos que deben ubicarse en un contexto de consumo generalizado de objetos diversos. Como advertirán, nuestra lectura excede la relación restringida de adicto-drogas, consumidores-sustancias.
En este sentido, los consumos problemáticos de sustancias “prohibidas y permitidas”, nos muestran el lado oscuro y segregado del consumo generalizado por un lado, y el consumo “bien visto” de objetos contablemente infinitos por otro, ubicados en el lugar de adquisiciones, necesarias para inscribirse en los códigos actuales, y que muchas veces sorprenden al sujeto en el sinsentido de dicha posesión, quedando borrado él mismo de su acto alejado de un deseo.
En nuestro trabajo, con personas que acuden con consumos problemáticos, nos sorprendemos cuando rastreamos que las sustancias, cualesquiera fueren, cumplen funciones muy disímiles en cada quien. La cocaína puede funcionar para algunos como estímulo, para otros como anestesia. La clasificación química del objeto droga, no es un observable en nuestro quehacer como psicoanalistas.
Las “clasificaciones” que nos rodean son muchas: drogadictos, panicosos, ansiosos, deprimidos, violentos, que son algunas formas de nombrar el sufrimiento actual.
El soy adicto, debería poder ser desarticulado en un tratamiento, vía la transferencia, que por naturaleza es significante, pero es también pregunta, siguiendo a Blanchet, como dice Lacan en la proposición del 9 de Octubre de 1967, la transferencia es encarnada por un significante cualquiera. Este significante, sancionado por el analista, produce en el sujeto una conmoción, pues aquello que pensaba que era, un adicto por ejemplo, y que lo ordenaba, no es más.
El tratamiento convoca a cada sujeto a encontrarse con lo singular de su padecimiento, incomparable con otro. No hace serie. El padecimiento del síntoma clínico es la huella digital del sujeto.
Parafraseando a Eric Laurent, el psicoanálisis propone a contrapelo de la época, la suspensión de un saber para que el dispositivo funcione. El analizante no sabe qué es. En la distribución de goces de las instituciones familiares, a uno le tocaba ser el estúpido a otro el inteligente. Resulta que el estúpido se doctoró, y así se multiplican los ejemplos.
Para el psicoanalista, la suspensión del conocimiento está dada por la Docta Ignorancia, oxímoron que convoca a suspender los conocimientos para escuchar lo que no sabe: la verdad del paciente, lo que el sujeto tiene para decir. En este aspecto, el profesional se sustrae del prejuicio de nombrar y dar sentido.
Subsidiariamente de la ciencia y la tecnología de la época, nuestro quehacer habilita un tiempo y un espacio particular para cada uno, sin importar la brevedad del mismo, pero demostrando cuestionar la prisa por consumir; el empuje al consumo debe traducirse hacia otra cosa. Encontrarse con el deseo no tiene nada que ver con el consumo de objetos que como dijimos, son infinitos. Es un exceso y retorna al sujeto como goce. El toxicómano, es producto de la época. Es alguien que consume. El empuje a “todos consumidores”, es un observable. Tiempo y espacio quedan confinados al aquí y ahora, al todo ya. Lo virtual del ciberespacio cobra vida y modela la subjetividad hipermoderna.
¿Acaso las drogas, así llamadas, hacen existir la experiencia de satisfacción perdida, en tanto experiencia de goce al instante? Si esto fuese posible, no tendríamos una clínica con pacientes con consumos problemáticos. Problemáticos porque el trueque de un real (la castración) por otro real (el goce de la autosatisfacción), fracasa. Lo real de la sexualidad que conlleva postergaciones, encuentros y desencuentros, y la satisfacción plena como perdida por la inmediatez del tóxico que también falla, o por sobredosis o simplemente por lo efímero de los efectos buscados.
La presencia del psicoanalista constituye un medio para sostener al sujeto en la dignidad de su palabra, lo cual conlleva una eficacia nítida desde los parámetros éticos de un tratamiento. Las diferencias notables que se presentan en el caso por caso, no permiten generalizaciones. El psicoanálisis no constituye una oferta más en el mercado de la salud. Su probada eficacia y su particular forma de proceder lo habilita a tratar y abordar lo que llamamos “Síntomas modernos”.
Los motivos de consulta, se presentan a menudo con la impronta de la urgencia, de la inmediatez, características casi siempre presentes en las patologías del acto, en las que el consultante aparece denunciando situaciones de las que no puede hacerse cargo: ataques de pánico, angustias generalizadas, relaciones de pareja que no pueden sostenerse, niños hiperactivos, adicciones cada vez más tempranas, anorexias y bulimias y que retornan como exceso en ésta época de consumo generalizado.
A modo de conclusión

La respuesta está en la clínica de todos los días, seducir al que consulta a que retome su propia realidad subjetiva, causa de su división, allí donde reside la verdad singular y única de sus padecimientos, para que algo del orden del deseo, finalmente surja. Y el deseo, es la única vía que puede tener a raya el goce. El psicoanalista puede prestarse al comienzo a “ser consumido”: ausencias reiteradas sin aviso, apariciones intempestivas como si el tiempo no hubiese pasado, llamados telefónicos, etc. Pero ser consumido no como único movimiento, sino con el horizonte de prestarse a que el sujeto pueda encontrarse con la verdad de sus padecimientos, para poder de algún modo saber hacer con su síntoma, y no a la inversa, vivir a expensas del síntoma, y lo que es peor, no saberlo…


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